Duelo, vida y memoria de las fotografías

09/06/2024

El 6 de marzo de 1937, Margarita Rocha y Néstor Mendoza se casaron en el campo de concentración de Fyffes, en Tenerife, pocas horas antes de que él fuera fusilado. Al fotógrafo le piden que no salgan los pies en la imagen. “No quiero que sepan que me caso en alpargatas”, le explican. Ella tenía 22 años y él, 25. Ambos eran anarquistas. Ese momento no es solo el final de la historia viva de Margarita y Néstor, sino que es, hoy, el inicio de la novela ‘Retrato del fin del mundo’, de Carlos Ruiz Caballero. Un ejemplo local de cómo las imágenes pueden cobrar otras vidas -en este caso, una novela- de los varios que el profesor de la UNED, Jorge Moreno Andrés, desgranó ayer en su charla Las custodias de la memoria. La vida social de las fotografías familiares de las víctimas del Franquismo, que tuvo lugar en La Real Sociedad Cosmológica de La Palma, ciudad de origen de Margarita, la protagonista de la historia.

 

 

Un ejemplo que se suma a todos los que el antropólogo ha recopilado a lo largo de los años de investigación que culminaron con la publicación de la obra El duelo revelado, un trabajo sobre fotografías familiares de víctimas de la represión franquista que analiza cómo una imagen ‘viaja’ en las manos familiares a lo largo de las distintas generaciones: quién las tiene, quién las guarda, cómo, etc. y que “nos habla tanto del sentido profundo de esa imagen como de de la transmisión de la memoria traumática en este país”, explica Moreno.

 

Un aspecto esencial del trabajo del profesor es el papel protagonista de las mujeres en este proceso: “Los papeles de la memoria en los ámbitos familiares con toda probabilidad, salvo casos concretos, han sido desempeñados por las mujeres. La reactivación femenina de las fotografías en el espacio doméstico determinará, por tanto, que sean ellas y no los varones las herederas comunes, pues son ellas las que «hacen casa», las que con las fotografías cuentan y recuentan quién es la familia. Si las mujeres son las que heredan las imágenes es porque saben utilizarlas. Son ellas quienes tradicionalmente han desplegado una serie de usos domésticos que van desde la evocación de relatos a la enmarcación de la fotografía”.

 


Y es que, a través del relato del antropólogo, podemos descubrir que enmarcar una fotografía, pedir una ampliación o decidir guardarla y apartarla de la vista del resto de familiares no eran actos inconscientes o inintencionados, sino que ponían de manifiesto el mensaje que querían transmitir las mujeres a sus hijos sobre el tipo de familia que eran. “Una ampliación de una fotografía de un desaparecido en un salón o una alcoba habla de que hay alguien dignificado en esa casa”, explica Jorge Moreno.

 

“Si naces en una casa con una fotografía expuesta, favoreces que se pregunte, favoreces el relato de la historia y el duelo. Por el contrario, hay fotografías que se han ocultado para proteger a la familia, principalmente para que los varones de la casa no sientan la necesidad de venganza del padre desaparecido”. En este sentido, “hay una gran diferencia entre las casas de las viudas y las casas de las madres. Las viudas guardan las fotos porque su objetivo es que sus hijos tengan una vida normal, mientras que las madres exponen de forma permanente la imagen del hijo, que pasa -junto con el relato- a las hermanas y a las sobrinas”.

 

 

 

Esta diferencia hace que se construyan dos relatos distintos sobre la misma persona: “Por un lado, los hijos dirán ‘¿Qué te puedo decir de mi padre? Nunca viví con él’, mientras que las sobrinas dirán ¿Qué te voy a decir de mi tío?  He vivido siempre con él’, aunque la realidad sea que ninguno de ellos lo conocieron”, añade el experto.

 

Reconstrucción de un duelo

El duelo revelado habla sobre ciertos procesos que no se pudieron realizar porque no había cuerpo y sobre cómo la fotografía vino a sustituirlo. El antropólogo invita a imaginar a esas mujeres que, en los años 40, iban a la tienda de fotografía con una imagen muy pequeñita de su familiar y pedían que, de ahí, se extrajera un retrato grande. “Los fotógrafos utilizaban la técnica de los pictorialistas, el bromóleo, que consiste en transportar la imagen ampliada y difuminada a un papel que se puede pintar para completar las zonas desvanecidas por la ampliación. Y ahí ya se le puede añadir un traje y una corbata, según el encargo”, explica Moreno. “Cuando la mujer iba a recoger esa ampliación se producía un momento similar al reconocimiento de un cadáver, cuando levantas la sábana y aparece el cuerpo. En este caso, estiraban el rollo con un papel de seda y veían la ampliación de la imagen del padre, por ejemplo, casi a tamaño real. Se producían momentos muy emotivos”.

 

Estas fotografías, “que no son ni foto ni pintura”, concluye Jorge Moreno, “representan a un desaparecido, que no es ni un vivo ni un muerto”. Con este proceso, “las familias acercan al desaparecido a la otra orilla, a la orilla de los muertos, sustituyendo el cuerpo por la imagen y el sepulcro, por la alcoba o el salón en el que se custodia la fotografía”.

 

 

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